sábado, 9 de abril de 2016

Urge política de control al cambio climático


Nidia Acevedo Botello
Comunicadora social

Sin una verdadera cultura ambiental que facilite el cambio de percepción que se tiene frente a los cuerpos de agua o humedales de las ciudades y por ende permita transformar los comportamientos y relaciones con ellos, es muy difícil lograr la reducción de emisión de gases efecto invernadero –GEI- arrojados a nuestra atmósfera, la misma que nos permite respirar y mantenernos vivos con nuestra familia y nuestra sociedad.

En el reciente Informe del Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Climático –IPCC-, se evidencia que durante el período de 2000 a 2010 (y siguientes), “el crecimiento poblacional y el crecimiento económico fueron los principales motores de las emisiones, y sin esfuerzos dirigidos para cambiar ello, se espera que continúen siendo los motores clave”.
En la ciudad de Bogotá, dadas las condiciones de desplazamiento y migración interna que se viven dentro del país como consecuencia del conflicto armado y de las erradas políticas económicas que han dejado sin trabajo a los campesinos y los ciudadanos de provincia, se ha experimentado durante los últimos cinco años un incremento gigantesco de su población. Ciudadanos que vienen en búsqueda de nuevas oportunidades de vida, pero que no conocen el arraigo de la ciudad y su intrínseca relación con el agua.
Cuenta la leyenda que Hace más de 20.000 años la Sabana de Bogotá era un gran lago que sufrió el quebrantamiento de uno de sus bordes y se desaguó en lo que hoy conocemos como el Salto de Tequendama, dejando en la sabana bastos cuerpos de agua convertidos en quebradas y humedales. La ciudad fue fundada en un sitio que ofrecía ventajas para la instalación del caserío inicial, ya que gozaba de quebradas y arroyos de aguas cristalinas que descendían de las cuencas formadas por los cerros orientales. El terreno no presentaba inundaciones durante la temporada de lluvia, pues el exceso de agua era recogido y almacenado naturalmente por lagos y humedales. Para finales del siglo XVIII el problema sanitario de la ciudad se agudizó a causa del crecimiento de la población, que alcanzaba los 20.000 habitantes. No había redes de acueducto, alcantarillado ni sistemas de recolección de basuras adecuados. Simplemente se arrojaban y vertían los desechos de la ciudad en caños, plazas y calles, o en los ríos San Francisco, Tunjuelo, San Agustín, Fucha y Arzobispo, y a través de ellos eran transportados hasta los lagos y humedales del occidente de la ciudad, para luego desembocar en el río Bogotá.
Hoy, viven en la capital cerca de 8 millones de habitantes, que utilizan aproximadamente dos millones de vehículos y arrojan alrededor de 6.500 toneladas de basura diarias, de las cuales cerca de 2.000 van a parar al río Bogotá a través de sus a afluentes. A las basuras, se les suman otras prácticas anti-ambientales como las conexiones de desagües de residuos sólidos, la desecación de los cuerpos de agua para la construcción y la falta de educación a los ciudadanos y de mantenimiento a humedales, quebradas y redes de alcantarillado. Lo anterior, reafirma lo plasmado en el informe del IPCC,  donde relaciona que “los científicos están entre un 95% y un 100% seguros de que los humanos causaron la mayor parte del cambio climático desde 1950”.
Por tanto, “sin una estrategia agresiva de mitigación para reducir la emisión de gases de efecto invernadero en este siglo, la temperatura estará encaminada a aumentar más de 2 grados centígrados para 2100. Esto llevaría a cruzar un umbral de calentamiento catastrófico con consecuencias globales devastadoras”. Estrategia que sin lugar a dudas debe involucrar autoridades, ciudadanía, organizaciones, academia, medios de comunicación y diversos sectores de la sociedad.
Mientras no se dé una decidida intención de socializar y aplicar prácticas claras y concretas que transformen las acciones humanas por otras más amigables con el medio ambiente y que propendan por la reducción de los GEI, continuaremos viendo el incremento desmedido de la frecuencia y la intensidad de lluvias intempestivas con tormentas y sus consabidas inundaciones, el incremento de la temperatura global que haría imposibles actividades normales como cultivar o trabajar en la calle y el aumento de infecciones respiratorias que colapsan el precario sistema de salud existente y paralizan la actividad laboral, amenazando con llevar a la tumba a niños y personas mayores, los más vulnerables.

El exsecretario general de la Organización Meteorológica Mundial, Michel Jarraud, destacó recientemente que el informe del IPCC puede considerarse “el mayor informe de toda la historia de la ciencia”. Jarraud fue categórico en su discurso: “Tenemos suficiente información ahora; el cambio climático ya no puede ser ignorado; no hay excusa para ignorarlo”. Vaya gigantesco compromiso y responsabilidad que cae sobre nuestros hombros. Ojalá los robustos presupuestos destinados a otras ejecuciones, también lleguen a la  implementación de estrategias de mitigación al cambio climático, por el bien de la actual y la futura población.